El amor al poder versus el poder del amor


Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, ayunad por mí y no comáis ni bebáis durante tres días y tres noches. También yo y mis doncellas ayunaremos, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley y si perezco, que perezca. Ester 4:16.

Era una jovencita preciosa que había conquistado el corazón de un rey. Ya no era una simple ciudadana. Era la reina del imperio. Tenía todo el mundo a sus pies. Si, olvidando su pasado humilde, tratara de vivir con toda la intensidad del nuevo estilo de vida que las circunstancias le presentaban, con certeza no sería juzgada ni condenada. Al fin de cuentas, eso es lo que generalmente sucede con quien alcanza el éxito.

Pero he aquí un pueblo condenado al exterminio por causa de sus principios, y la única persona que puede hacer algo para solucionar el problema es ella. Sin embargo, presentarse ante el rey, sin ser llamada, significa un altísimo riesgo. ¿Por qué arriesgar todo lo que había conseguido, simplemente para ayudar a gente que, aunque querida, no representaba otra cosa que su pasado de pobreza y anonimato?

En el mundo existen personas para quienes el poder es un fin en sí mismo. Para otros, el poder es apenas un medio para servir mejor, y si para servir es preciso perder el poder, no tienen miedo de perderlo, porque prefieren dormir en paz con su conciencia antes que soportar la agonía de un poder que no tiene sentido.

Ester era un ser humano que tenía miedo, como todo ser humano. Temblar ante el peligro es propio de nuestra naturaleza, pero la joven y maravillosa reina sabía adónde recurrir en busca de seguridad y fuerza. "Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa", le dijo a su tío Mardoqueo, "ayunad por mí... También yo y mis doncellas ayunaremos, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca

En la historia de las grandes decisiones, ésta de Ester quedará registrada como una de las mayores: estar dispuesta a tirar por la ventana todo lo que había conseguido en la vida por causa de su pueblo. Para ella, el poder tenía sentido sólo si servía para ayudar a los demás. Entre el amor al poder y el poder del amor, este último venció en el corazón de esa jovencita bonita que un día conquistó al rey.

Ahora es posible entender por qué, entre todas las jóvenes hermosas de ese imperio, fue ella la victoriosa. No eran solamente sus lindos ojos o su cabellera suelta o su piel morena. Era la fuerza del amor, la fuerza de sus principios, esas cosas maravillosas que sólo son capaces de conocer los que viven una vida de compañerismo permanente con Jesús.

¿Cuáles son las motivaciones de tu vida? ¿Quieres conquistar la montaña? ¿Para qué? ¿No sería interesante que te arrodilles y respondas esta pregunta ante Dios?

Pr. Alejandro Bullón

Comentarios

Entradas populares