La búsqueda
Llegó una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le dijo: "Dame de beber" S. Juan 4:7.
Jesús se sentó cerca de un pozo. Era mediodía y hacía mucho calor. Estaba "cansado del viaje", dice la Biblia (vers. 6). ¿Cansado? Dios no se cansa, él es todopoderoso y eterno. Pero, en la persona de Jesús, Dios se hizo hombre. Era la única manera de alcanzarnos. No se disfrazó de hombre; se hizo humano. En él Dios estaba reconciliando consigo al hombre. Con su divinidad, Jesús podía tocar la mano del Dios eterno; con su humanidad, podía tomar la frágil mano del hombre. Él es el puente entre el cielo y la Tierra. La cruz que se levantó en el Calvario tocó el trono de Dios.
Allí estaba Jesús esperando. Una mujer aparecería en cualquier momento y él lo sabía. Hacía tiempo que esperaba. Justamente pasó por esa ciudad porque tenía un encuentro marcado. Era el encuentro de la desesperación con la esperanza, del vacío con la plenitud. Era el encuentro entre la samaritana y Jesús.
Esa mujer no tenía ningún otro lugar a donde ir. Su vida era una permanente búsqueda y llevaba dentro de sí un vacío que dolía. Se había casado, había tratado de ser feliz y todo había fracasado. Intentó de nuevo y fracasó varias veces. Pero el vacío no desaparecía del corazón. Entonces dejó el matrimonio y se volvió hacia un amante, un hombre casado.
No pienses que la lujuria la llevaba a coleccionar maridos. No. Era sola mente una persona solitaria y desesperada. Intentaba de todo para ser feliz y nada salía bien.
Ahora estaba allí, buscando agua como todos los días. El agua se terminaría en pocas horas; después tendría que volver al pozo. Siempre sola. Pero ese día fue diferente. La diferencia se llamaba Jesús. Únicamente él es capaz de quebrar la rutina de la vida y darle un nuevo sentido.
-Dame de beber -dijo el Maestro.
Y la pobre mujer descubrió que no sólo era solitaria y vacía, sino que también estaba llena de prejuicios.
-¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?
Vale la pena recordar que los judíos no congeniaban con los samaritanos (vers. 9). Por primera vez la samaritana estaba delante de alguien capaz de llenar el vacío de su corazón, y el prejuicio casi tira todo al cesto de la basura.
Pero Jesús la acepta con su prejuicio. Con amor le abre los ojos. Le muestra una nueva dimensión de la vida. "Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener ser; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás" (vers. 13, 14).
Era tomar o rechazar. Ella tomó y rechazó. Tomó el brazo poderoso de Jesús y rechazó sus prejuicios. Nada costaba probar. Probó y acertó. Esa noche durmió en paz. La búsqueda había llegado a su fin.
Pr. Alejandro Bullón
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