Orar es abrir la puerta a Jesús


Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con el y el conmigo. Apocalipsis 3:20.

¿Pensaste alguna vez que este versículo tuviera algo que ver con la oración? A primera vista, Jesús está pidiendo y el hombre rechazando, pero existe algo que necesita ser entendido con relación a la oración. Orar no es nada más que dejar a Jesús entrar en nuestro corazón. No es nuestra oración la que hace que Jesús se anime a venir en solución de nuestros problemas. Es él quien nos inspira a orar, quien está a la puerta suplicando, deseando entrar. Nosotros oramos porque él tocó a la puerta. La oración no es una iniciativa nuestra de dirigirnos a Dios, sino simplemente nuestra respuesta al pedido de Jesús para entrar en nuestra vida.

Tal vez con este pensamiento sea más fácil entender lo que registra el profeta Isaías: "Antes que clamen, yo responderé; mientras aún estén hablando, yo habré oído" (Isaías 65:24).

La oración es el aliento del alma. Si ella es la respiración del alma, entonces pensemos un poco en ese acto. ¿Tenemos que esforzarnos para respirar o para dejar de respirar? El oxígeno está a nuestro alrededor, sólo tenemos que dejarlo entrar en nuestros pulmones, y al hacerlo traerá nueva vida y energía a cada célula.

Así es con el aire que necesita nuestra alma. Jesús está ahí, en la persona de su Santo Espíritu, deseando ardientemente entrar en nuestro corazón, y cuando oramos, sólo estamos dejándolo entrar.

No oramos para pedir cosas y cambiar la opinión de Dios a través de nuestra insistencia. Es él quien quiere ver nuestra vida cambiada y solucionar nuestras dificultades. Es él quien toca a la puerta y desea cenar con nosotros. El acto de cenar enfatiza la intimidad que Jesús quiere tener con su pueblo. Quiere entrar en la recámara de nuestra vida, en la cocina, quiere tocar las ollas y sentarse con nosotros al calor de la hoguera. Sólo que él nunca viene con las manos vacías, porque siempre viene trayendo consuelo, consejo, sabiduría para tomar decisiones, poder para vencer obstáculos y coraje para convivir con lo que no puede ser cambiado.

El resultado de la oración no depende de la fidelidad o de la vida consagrada de quien ora. La fidelidad y la vida consagrada son en sí mismas el resultado de la oración. No pienses nunca que si tu oración está acompañada de lágrimas y de emociones fuertes, eso hará que Dios te bendiga más. Tú simplemente tienes que abrir tu corazón. Orar es permitir que él entre y participe de nuestros sueños, de nuestras luchas, victorias y derrotas.

Cuando la persona no ora, vive sola, aislada. Se siente sola, lucha sola y es derrotada sola. Los que desean ser más semejantes a Jesús deben permanecer siempre sensibles para oír su llamado, abrirle la puerta y dejarlo entrar ¿Estás dispuesto a dejarlo entrar hoy?

Pr. Alejandro Bullón

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