El juego del poder


Diciéndole: "No temas, pues no te hallará la mano de Saúl, mi padre; tú reinarás sobre Israel y yo seré tu segundo. Hasta mi padre Saúl lo sabe". 1 Samuel 23:17.

La historia de David y Jonatán es mucho más que la historia de una amistad entre dos jóvenes que crecieron juntos. Cuando uno es niño, generalmente no tiene enemigos, no existe la lucha por el poder, nadie quiere ser mayor que el otro. Por eso, en cierta ocasión, Jesús dijo que si no somos como niños no entraremos en el reino de los cielos.

Pero el versículo de hoy nos presenta a David y Jonatán como adultos. Jonatán era hijo del rey, heredero natural del gobierno. Había sido preparado para ser rey. David, por su lado, era un simple pastor de ovejas que había aparecido en el cuadro histórico de Israel como un muchacho valiente que había derrotado al gigante Goliat.

A medida que el tiempo fue pasando, Dios se encargó de mostrar que, aunque para los hombres Jonatán era el candidato natural para ser el nuevo rey, en los planes divinos David era el indicado.

Saúl nunca aceptó esa idea. No le gustaba David. Lo consideraba un buen guerrero y nada más. Tenía miedo de él, porque Dios le daba repetidas pruebas de estar con él. Por eso Saúl trató de matar al futuro rey de Israel, y para salvar su vida, David tuvo que huir al desierto. Escondido en la región montañosa de Zif, se preguntaba muchas veces si valía la pena todo ese sufrimiento.

En esas circunstancias se destaca la figura maravillosa de Jonatán. Buscó a su amigo y lo consoló: "No temas, pues no te hallará la mano de Saúl, mi padre; tú reinarás sobre Israel y yo seré tu segundo".

¿Te das cuenta de la grandeza de Jonatán? Aceptaba ser el segundo, a pesar de haber sido educado toda la vida para ser el primero. Aceptó el plan divino, no discutió con Dios, no usó su amistad para traicionar al amigo; se conformó con ser el segundo porque entendió que es mejor ser el último dentro del plan divino, que el primero haciendo la propia voluntad.

Sin duda, esta actitud de Jonatán no era así porque él supiera que debiera ser así, sino porque vivía una vida de comunión con Dios, y el Espíritu de Dios reproducía diariamente en su vida el carácter del Padre.

Los discípulos que lucharon por cargos en el reino de Dios, también aprendieron con el tiempo que la única salida para su sed de poder era permanecer unidos a Jesús, y finalmente salieron victoriosos. ¿No podría ser nuestra esa victoria?

Pr. Alejandro Bullón

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