DEBEMOS CONOCER LA VERDAD Y PRACTICARLA

"El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta" (Juan 7:17).

No debiéramos establecer nuestros conceptos para luego interpretar todo a fin de que coincida en el punto prefijado. Por esta razón algunos de nuestros grandes reformadores han fracasado y muchos que debieran ser grandes campeones del Señor y de la verdad, luchan en contra de la verdad. Que cada palabra, que cada pensamiento y cada manifestación de nuestra cortesía y tacto cristiano, sea como las Escrituras lo requieren. Dios ha dicho que debemos aprender, primero de los oráculos vivientes y, en segundo lugar, de nuestros asociados. Esta es una orden de Dios.
La Palabra de Dios es el gran detector de errores, ante el cual debemos traer todas las cosas. La Biblia debiera ser la norma de cada una de nuestras doctrinas. Debiéramos estudiarla con reverencia. No debiéramos recibir opinión alguna sin antes compararla con las Escrituras. En asuntos de fe es la autoridad divina y suprema.
La Palabra del Dios vivo es la que dirime todos los pleitos. Cuando las personas mezclan su originalidad humana con las palabras de verdad divinas con el fin de acosar a quienes están en controversia con ellos, no manifiestan reverencia alguna por la Palabra inspirada de Dios. Mezclan lo humano con lo divino, lo común con lo sagrado y empequeñecen así la Palabra de Dios...
La interpretación correcta de las Escrituras no es todo lo que Dios requiere. El Señor determina que no sólo debiéramos conocer la verdad, sino que debemos practicarla tal como es en Jesús. En nuestra relación con los demás, debemos poner en práctica el espíritu de Aquel que nos dio la verdad. No sólo debemos investigar la verdad como un tesoro escondido, sino que, si somos colaboradores con Dios, es una necesidad positiva que cumplamos con las condiciones establecidas en su Palabra y llevemos el espíritu de Cristo en nuestros corazones, que nuestra comprensión se pueda fortalecer y lleguemos a ser maestros aptos que den a conocer a otros la verdad que se nos ha revelado en su Palabra...
No hay certidumbre de que nuestra doctrina sea correcta y libre de error a menos que diariamente cumplamos la voluntad de Dios. Si hacemos su voluntad, conoceremos la doctrina. Veremos la verdad en toda su belleza. La aceptaremos con reverencia y santo temor y así podremos presentar a otros lo que sabemos que es verdad...
El alma que está enamorada de Dios y de su obra será transparente como el día. No habrá argucias superfluas, ni se evadirá la verdad que se presenta en las Escrituras. La Palabra de Dios es el fundamento que tenemos para cada doctrina (Carta 20, 1888).

E. G. W.

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