SOMOS RESPONSABLES DE LA LUZ RECIBIDA

"Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mat. 7:14).

El amable y amado discípulo Juan, escribió: "El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él". La Palabra de Dios es clara y precisa. Es algo peligroso profesar con los labios que se es seguidor de Jesús y negarlo por medio de las obras manifestando una actitud indiferente o descuidando alguno de sus requisitos.
La historia de la Reforma enseña que la iglesia de Cristo nunca se detiene en su proceso de reforma. Dios está a la cabeza y le indica como le dijo antes a Moisés: "Dí a los hijos de Israel que marchen". La obra de Dios consiste en avanzar paso a paso con el pueblo de Dios, en medio de conflictos y pruebas, hasta alcanzar la victoria final. La historia de la iglesia nos enseña que el pueblo de Dios no debiera estancarse en sus teorías de fe; por el contrario, debiera prepararse para recibir nueva luz, para abrir la verdad revelada en la Palabra divina.
La pasada historia del avance de la verdad en medio del error y de la oscuridad, nos demuestra que hubo una mayoría que no acarició ni buscó la verdad sagrada. Aquellos que avanzaron en la reforma, obedeciendo el mandato divino: "Que marchen", han sido objetos de oposición, de tortura y de muerte. Y aunque las prisiones se abrieron ante ellos con su amenaza de tortura y muerte, consideraron a la verdad presente como digna de ser sostenida tenazmente y sacrificaron sus vidas antes que la fe. Jamás consideraron valiosa la vida si para conservarla debían sacrificar la verdad de Dios. La verdad en nuestros días es tan importante como lo fue en los días de los mártires...
Qué habría ocurrido si en los días de Lutero el pueblo hubiera adoptado la posición de encubrir su desobediencia a los requerimientos de Dios, diciendo: "Dios es muy magnánimo y misericordioso como para condenarme porque no he adoptado una verdad impopular que ni siquiera nuestros intelectuales ni dirigentes religiosos aceptaron... Correré el riesgo de transgredir la ley de Dios pues el mundo la rechaza... Estoy satisfecho con mi religión... Me arriesgaré a seguir con la multitud".
Sin embargo, si elijo la mayoría, la Biblia me dice que voy por el camino ancho que conduce a la perdición. Dice la Majestad del cielo: "Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan". Somos responsables por la luz que resplandece en nuestros días. Cristo lloró agónicamente sobre Jerusalén pues ésta no conoció el tiempo de su visitación. Este era un día de confianza, de oportunidad y de privilegio... Fue la ingratitud negligente, el formalismo hueco y la actitud hipócrita acumulados por cientos de años lo que motivó las incontenibles lágrimas que brotaron de los ojos del Salvador (Carta 35a, 1877).

E. G. W.

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