EL APOCALIPSIS DE JESUCRISTO: EL MENSAJE DE DIOS PARA SU PUEBLO

"No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida" (Apoc. 2:10).

Juan había estado estrechamente relacionado con el Salvador durante su ministerio. Él había escuchado sus maravillosas enseñanzas, visto sus notables obras y su testimonio fue dado claramente. Habló de todo corazón y movido por el amor a Cristo que inundaba su alma, y ningún poder sería capaz de contener sus palabras...
Al igual que su Maestro, Juan soportó con paciencia cada intento de darle muerte. Cuando sus enemigos lo lanzaron en un caldero de aceite hirviente, creyeron que no volverían a escuchar nada de él. Pero no bien se habían pronunciado las palabras de origen satánico: "Así perecen todos los que creen en ese engañador, Jesús de Nazaret, Juan declaró: "Mi Maestro soportó con paciencia todo lo que Satanás y sus ángeles pudieron idear para humillarlo y torturarlo. Dio su vida para salvar al mundo. Murió para que podamos tener vida. Me honra que se me permita sufrir por su causa. Sólo soy un hombre débil y pecador, pero Cristo era santo, limpio, inmaculado y apartado de los pecadores. El no pecó, ni pronunció palabra ociosa con su boca". Las palabras de Juan, mientras sufría a manos de sus enemigos, tuvieron su influencia y fue sacado del caldero por los mismos que lo arrojaron en él.
Poco después, Juan fue enviado a la isla de Patmos donde, separado de sus compañeros en la fe, sus enemigos suponían que moriría debido a las penalidades y el abandono; pero aun allí Juan ganó amigos y conversos. Pensaban que por fin habían puesto al fiel testigo donde ya no podría molestar más a Israel o a los impíos gobernantes del mundo. Pero todo el universo celestial observó el conflicto con el anciano discípulo y su separación de sus compañeros en la fe.
Dios, Cristo y la hueste celestial fueron compañeros de Juan en la isla de Patmos. De ellos recibió instrucciones que impartió a aquellos que con él estaban separados del mundo. Allí escribió las revelaciones y visiones que recibió de Dios para narrar las cosas que ocurrirían en el período final de la historia de esta tierra. Cuando su voz ya no testificara más de la verdad, cuando no pudiese atestiguar más en favor de Aquel que amaba y servía, los mensajes que se le dieron en aquella costa rocosa y árida se esparcirían como una lámpara que alumbra. Toda nación, tribu, lengua y pueblo llegaría a conocer el seguro propósito del Señor, no sólo con respecto a la nación judía, sino a cada nación de la tierra (Manuscrito 150, 1899).

E. G. W.

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