SAULO LLEGA A SER PABLO, APÓSTOL DE LOS GENTILES

"Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues ? Él dijo: ¿ Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón" (Hech. 9:4, 5).

Pablo había sido educado por los maestros más sabios de ese tiempo. Había sido enseñado por Gamaliel. Pablo era rabí y estadista. Era miembro del Sanedrín y era muy celoso en su afán de eliminar el cristianismo. Estuve presente en el apedreamiento de Esteban y leemos luego que "Saulo asolaba a la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba a la cárcel". Pero detuvo su carrera de persecución.
Mientras estaba en camino a Damasco a fin de arrestar a cualquier cristiano que pudiera encontrar, "repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?...
Cuando Saulo se convirtió se lo llamó Pablo. El se unió a los discípulos y estuvo entre los principales apóstoles" (Manuscrito 95, 1899).
Aunque los apóstoles con frecuencia fueron abatidos en sus conflictos con personas malvadas y con los poderes de las tinieblas, se les permitió tomar parte nuevamente en el conflicto, teniendo por delante el triunfo o la muerte. Como evidencia de que habían participado en los sufrimientos de su Señor crucificado llevaban en su cuerpo las cicatrices, escaras y heridas que habían recibido por causa de testificar de su Señor.
Los diversos episodios de liberación y preservación milagrosa en medio de dificultades, daban testimonio de que Jesús vivía y que sus seguidores eran protegidos por su poder (Manuscrito 58, 1900).
El justo y fiel Esteban fue apedreado hasta la muerte por los enemigos de Cristo. Seguramente no parecía que Dios estuviera fortaleciendo su causa en la tierra permitiendo triunfar así a los impíos; pero en esta misma circunstancia Pablo fue convertido a la fe y mediante su palabra miles fueron llevados a la luz del Evangelio (Carta 10, 1879).
Los que fueron seleccionados para la obra de Dios han de ser hombres y mujeres fieles y genuinos, obreros a quienes Dios puede instruir, que han de impartir lo que ellos reciban, proclamando sin reserva la voluntad de Dios, señalando a todos con quienes se relacionen, cuál es el mejor camino. Los que son nuevas criaturas en Cristo nacen a un conflicto, a un esfuerzo y a una labor; nacen a una vida en la que deben enrolarse en la buena batalla de la fe. Siempre contarán a su alcance con un poder por el cual podrán obtener la victoria, un poder que los capacitará para ser más que vencedores ante las dificultades que encuentren (Carta 150, 1900).

E. G. W.

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