NO COMAS DE SUS DELEITES
No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites. Sal. 141:4.
Gladys entró a mi camarín aquella noche, con ojos llorosos. El mensaje presentado había tocado su corazón. Estaba emocionada. Se sentó delante de mí, suspiró profundamente y dijo: "Desde que era niña me deslumbraban los escenarios, las luces, el brillo de la fama y los aplausos. Hoy tengo todo eso, pero no soy feliz. Me siento más vacía, triste y derrotada que nunca.”
Gladys era una famosa artista de televisión. Había sido criada a partir de principios y valores cristianos, pero en su adolescencia abandonó todo e inició una carrera desenfrenada en busca de lo que consideraba que era lo más importante en la vida.
Aquella noche, después de muchos años, muchas heridas abiertas, lágrimas y noches sin dormir, atormentada por el peso de la culpa, siendo una joven hermosa, admirada y famosa, aceptó la invitación de un amigo para asistir al estadio y oír la palabra de Dios.
El Espíritu de Dios tocó su corazón. Y ahora se encontraba allí, delante de mí, con ojos llorosos y diciendo: "No vale la pena todo lo que he alcanzado. Lo cambiaría todo por una noche en paz con Dios. A veces me gustaría volver a ser una niña, y dormirme escuchando las historias de la Biblia que mi madre me contaba".
"Y no coma yo de sus deleites", afirma el versículo de hoy, refiriéndose a las atracciones que el pecado ofrece. Esto es incuestionable. El pecado atrae. Es un "deleite". De otro modo, no tendría tantos consumidores. Pero lo que no nos muestra es el peso de la culpa, las noches de insomnio, la angustia y la desesperación que sofoca el corazón del pecador.
El mal y la práctica de la perversidad están a nuestro lado todo el día, todo el tiempo, ofreciéndonos sus "deleites" y manjares. Deslumbrando, seduciendo, cautivando. La única seguridad es Jesús. Él es capaz de proteger nuestro corazón de las atracciones efímeras de este mundo. Por eso, no te atrevas a iniciar este día sin tener la certeza de que Jesús está a tu lado. Ábrele tu corazón, clama como el hijo necesitado clama por ayuda a su padre, y pide: "No dejes que se incline mi corazón a cosa mala, a hacer obras impías con los que hacen iniquidad; y no coma yo de sus deleites".
Pr. Alejandro Bullón
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